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sábado, 5 de septiembre de 2009

LOS MAESTROS EN LA REVOLUCIÓN (1910- 1919) ALBERTO ARNAUT


“La revolución mexicana interrumpe el proyecto educativo porfiriano, particularmente en lo que se refiere a la centralización de la enseñanza primaria y a los esfuerzos que pretendían homogeneizar al magisterio mediante la unificación de los planes de estudio en la enseñanza normal”.
La participación de los maestros durante el movimiento armado fue muy diversa: la mayoría de los maestros no intervino en la política y continuó desempeñando sus funciones sin importar el gobierno para el que trabajaran; algunos fueron víctimas de la política y padecieron desde el retraso temporal o indefinido de sus sueldos hasta el cese por haber colaborado con el enemigo.
En 1917 se suprime la SIPBA y las escuelas primarias se transfieren a los ayuntamientos del distrito y de los territorios federales. Durante la Revolución, la política para formar maestros fue una continuación del régimen porfiriano, aunque con algunos cambios importantes.
Al principio, el cambio más notable fue la interrupción del antiguo proyecto para federalizar la enseñanza primaria, uniformándola en todo el país mediante la centralización, las asambleas nacionales de instrucción pública y el acuerdo entre el gobierno federal y los gobiernos de los estados. El proyecto federalizador incluía la enseñanza normal como parte de la estrategia para construir un sistema nacional de educación primaria.
La interrupción del proyecto federalizador o uniformador de la enseñanza normal no fue el único cambio que introdujo la Revolución, también encontramos algunos intentos para reorientar la enseñanza normal, como los planes y programas de estudio. En general, se buscaba una enseñanza normal mucho más comprometida con el pueblo y con la revolución.
Sobresale por su persistencia la búsqueda de identidad por parte del magisterio; las razones que se esgrimieron fueron su función, experiencia y formación especializada, así como su lucha por el monopolio de la profesión y sobre el ámbito institucional de su desempeño. Esta búsqueda estaba íntimamente relacionada con el reclamo de su territorio institucional.
Las escuelas normales fueron, al mismo tiempo, nidos conservadores y cuna de revolucionarios. Ya fuesen unos u otros, lo cierto es que los maestros en servicio, normalistas o no, fueron transformados por la Revolución.
Los maestros fueron a la Revolución. No hubo estado o grupo revolucionario que no contara en sus filas con más de un maestro, e incluso los contaron por decenas.
En la capital de la república los universitarios, sobresalieron como opositores y críticos al gobierno de Madero y una vez caído fueron funcionarios, aliados y panegiristas del gobierno de Huerta. En cambio, los maestros de escuela eran menos críticos ante el poder constituido –estuviese encabezado por Díaz, Madero o Huerta- porque desde las últimas décadas del siglo XIX, los maestros primarios eran miembros de una profesión de Estado. Los maestros primarios tuvieron un menor desprecio que los universitarios hacia los “iletrados”, “ignorantes” y, a veces, “salvajes” jefes revolucionarios.
Los maestros pudieron incorporarse con mayor facilidad que los universitarios al discurso revolucionario y posrevolucionario. Los jefes y gobiernos revolucionarios decidieron contrarrestar la oposición de los universitarios por distintas vías. Durante, y sobre todo después de la Revolución, el papel del magisterio ha sido exaltado por casi todos los candidatos a los puestos de representación popular en sus campañas electorales.
Francisco Xavier Guerra destaca el papel del magisterio en la víspera y durante la Revolución. Los maestros enrolados en la Revolución constituyeron un grupo mucho más numeroso que el resto de los profesionistas: sin embargo, su participación fue quizá menor en el periodo prerrevolucionario. Guerra sugiere que los maestros del centro y del sur del país se incorporaron hasta después del triunfo de la Revolución, además que destaca la influencia de Rébsamen en la Revolución. El enrolamiento masivo del magisterio ocurrió después, cuando realmente empieza la Revolución, es decir, cuando empieza la lucha armada contra el gobierno de Huerta.
La situación del magisterio en el D.F. era peculiar, los maestros gozaban de mayor estabilidad, tanto en el empleo como en el pago de sus sueldos, que el resto de sus compañeros en el país.
Uno más de los cambios efectuados en la instrucción pública estuvo determinado por el arribo a la presidencia de Francisco I. Madero.
Fueron pocos los maestros del D.F. que se sumaron a la rebelión maderista y menos todavía los que cuestionaron el régimen de Huerta o que se rebelaron contra él; casi todos continuaron prestando sus servicios hasta los últimos días del gobierno de Huerta. La mayoría de los maestros de la capital de la república no fueron a la Revolución. La mayoría entró a la Revolución hasta después: en los últimos días de Huerta en el poder y, sobre todo, luego de su derrota, durante la guerra de facciones.
Los normalistas siempre quisieron ser distintos y ser como los universitarios: querían constituir un grupo profesional diferente al resto de los profesionistas; querían tener su propio campo de actividad, sus propias funciones y sus propias normas de ingreso, de permanencia y de movilidad profesional, pero al mismo tiempo pretendían gozar de un status semejante al de los universitarios.
Justo Sierra rechazó la propuesta que realizaron, señalando que no debía olvidarse que la enseñanza normal era un asunto de directa incumbencia del Estado, crucial para el cumplimiento del precepto de instrucción obligatoria, por lo que no podía pasar a formar parte de una universidad que, para realizar su cometido, requería un considerable margen de autonomía en sus asuntos internos. La enseñanza normal o la formación de profesores de primaria era asunto de Estado; en cambio, la educación superior y la investigación científica, aunque también le interesaban al Estado, sólo podrían desarrollarse si gozaban de un amplio margen de libertad en su organización y funcionamiento. Sin duda había distinción entre los normalistas y universitarios.
Otra de las diferencias de los normalistas y los universitarios es que los primeros eran profesionistas prácticamente condenados a trabajar para el Estado, en cambio los profesores universitarios eran profesionistas libres que podían o no ingresar al servicio público. En su lucha por conseguir su identidad profesional, los normalistas obtuvieron logros importantes, aunque por otro lado afrontaron algunas modificaciones que se realizaron en su campo de trabajo…

2 comentarios:

  1. Hola Gilberto, muy interesante y completo tu texto, como primer resumen considero que es aceptables sin embargo te propongo que en la medida de tus posibilidades intentes en los próximos textos elaborar síntesis o desarrollar tu texto en torno a un sólo tema en que expreses tus pensamientos. Al mismo tiempo aprovecho para invitarte a comentar los textos de tus compañeros.
    saludos.

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  2. Hola soy de la Escuela Normal de Estudios Superiores del Magisterio potosino, que gusto saber que estamos en línea... Hace poco expuse ese tema tan interesante de Arnaud, saludos... desde Cd. Valles.

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